Juan Enterrado

Entra un hombre al consultorio del médico con visibles problemas para caminar. Lo acompaña su esposa.
Dentro del cuarto arreglado meticulosamente por la secretaria del lugar, la pareja se sienta frente al escritorio de un hombre cincuentón que observa unos estudios que acaba de recibir.
Los deja, los mira serio y fijamente.
- Bueno, los análisis son muy claros, - el doctor hizo una pausa y continuó en tono grave. - Su falta de fuerzas y cansancio se deben a un tumor cerebral.
La mujer rompió en llantos.
El bajó su cabeza un rato y luego la volvió a levantar con el ceño fruncido.
-¿Cual es el tratamiento a seguir?
El doctor se paró y fue hasta su asiento.
-está en una zona operable, - Tocó la cabeza del paciente- hay que hacer una biopsia.
- ¿De acuerdo, cuando?
- Lo antes posible. Hay que ver si es o no maligno. - Revisó su agenda. -Mañana.
La pareja salió del edificio y el convenció a su mujer de que todo saldría bien.
Ya en su casa el se encerró en el baño. Sentado en el inodoro tapado, tomó su cabeza entre manos y lloró amargamente.
No, no quiso que nadie sepa de su angustia interior.
Consoló a su mujer mostrándole seguridad.
Sin embargo Juan, nuestro amigo, se sentía al borde del abismo.
El sorbo amargo lo bebería solo. No deseaba que su esposa se amargara mas de lo que últimamente estuvo al notar sus síntomas.
Al cerrar los ojos se vio trasladado a un lugar húmedo y oscuro.
Muertos vivientes caminaban por esa ciudad casi destruida. Él también lo hacía.
Unos pedían comida, otros agua.
Notó que estaba sediento y muerto de hambre. Volaba de fiebre.
Se acercó a un grupo de gente alrededor de un fuego para desentumecer un poco su cuerpo.
Al verlo, como si fuese un perro lo echaron.
Con frío, hambre, sed y enfermo, empezó a deambular por las calles. De que le servían sus conocimientos, el dinero que alguna vez tuvo. Solo quería un buen colchón en una habitación confortable.
No estar mas en ese espantoso lugar.
Se recostó sobre la roca mojada e intentó dormir. Ese era el único medio de escape que tenía. Negar la realidad y lo necesitaba urgentemente en ese momento.
Volvió en si, estaba en el baño, empapado en lágrimas.
Se paró, lavó su cara y salió.
Estaba puesta la meza para almorzar.
Vinieron sus hijos, adolescentes, lo saludaron como siempre. El le había dicho a su mujer que era mejor no decirles nada.
Comieron en silencio.
En un momento el aprovechó para mirarlos detenidamente. Recordaba cuando eran bebés, cuando empezaron el colegio, sus peleas, etc.
Quizás no volvería a verlos o no los reconocería. No pudo comer. Sentía un nudo en el estómago.
-¿Estás bien querido? - María, su mujer, lo observaba.
-Si, - sonrió. - Es que no tengo hambre.
- ¿Qué harán hoy chicos? - Le preguntó él.
La pregunta cayó en el vacío, ellos apresurados se fueron.
María le agarró el brazo. - No te preocupes, los chicos son así, seguro que estás bien? A mi no tenés porque mentirme. Terminó María mientras juntaba los platos.
-Si mujer, - le palmeó las nalgas. - No te inquietes.
- ¿Estás seguro? Si querés hablamos sobre lo que dijo el medico…
- Estoy seguro. - Le dio un beso suave en los labios. Voy a recostarme un rato, - le dijo yéndose a la cama.
Ella se fue a lavar los platos.
Él se acostó y otra vez lloró.
Al rato se vio en esa ciudad húmeda.
Él gimiendo, se arrastraba por las ásperas piedras.
En un montículo de tierra escuchó:
-¡Me estás aplastando!
Miró hacia abajo y entre las penumbras distinguió 1 rostro.
Se corrió y pidió disculpas…
Era una persona medio enterrada. Solo se asomaba su cabeza de entre el fango.
- ¿Qué hace usted aquí? - Le preguntó el hombre curioso.
La figura sonrió. - Es que de esta manera no siento tanto frío.
- ¿Está usted bien de esta forma? - Se le acercó incrédulo.
- Tanto como usted señor. - Su vos era calma. - En este lugar nadie está bien del todo. Somos moribundos. Solo trato de estar lo mejor posible.
Él se alejó pensando que esa mujer estaba loca.
El frío lo recorría y amenazaba con matarlo.
Despertó sacudido por su mujer.
- ¡Che!, ¿pensás dormir toda la tarde?
Él se incorporó y la abrazó fuerte. Después la besó y violenta y salvajemente la tomó.
María sonriente le comentó luego, - hacía mucho que no lo hacíamos.
- Ahora lo haremos todos los días.
- ¿Seguro que estás bien?
- Segurísimo.
Ella se arregló el pelo y se fue a la puerta de la habitación.
- ¿Me acompañás en la merienda?
Él se vistió y fue detrás de su mujer
Merendaron en silencio. Él estaba muy pensativo.
María lo miraba cariñosamente.
- ¿No querés hablar amor mío?
- Si, lo que pasó en el dormitorio fue fantástico. Quisiera repetirlo.
- ¡Ay! amor, ni de jóvenes lo pasé tan bien. - María lo besó suavemente. - Creo que no tenés que cansarte.
- ¡Estoy fuerte como un roble!
- Mejor que sigas de esa forma…Digo, por la operación.
- ¡Eso te preocupa! No va a pasar nada.
- Que abran el cerebro siempre es riesgoso.
- ¡No te preocupes! es algo sin importancia.
Ella lavaba las tazas. Le contestó desde la cocina:
- ¿Por eso estás tan raro?
- No estoy raro.
- Me pareció. Lo que pasa es que conozco al hombre que me acompañó todos estos años.
Él permaneció callado, reveía ese rostro lleno de tierra
Después se puso a leer el diario. Las letras se le borroneaban. Quedó dormido, la falta de fuerza estuvo acompañado siempre de mucho sueño.
En el lugar frío y húmedo de antes la mujer había quedado atrás, él corría desesperadamente. -Donde querés ir, - le dijo uno de los lugareños.
- Quiero salir de este lugar de locos.
El desconocido rió fuertemente. -¡No hay salida!- volvió a reír a carcajadas.
Pensó que ese hombre, como todos allí, estaba fuera de sus cabales. Igualmente dejó de correr. Se alejó sin rumbo fijo. Vio un árbol sin hojas y se sentó junto a él.
Sin darse cuenta empezó a cavar, luego se metió en el poso y se tapó con tierra.
Era cierto, el frío exterior menguaba de esa manera. Se durmió y despertó en la vida real.
- ¡María, María!
- ¿Si corazón?, acá estoy.
- Disculpa, tuve una pesadilla.
- No es nada querido. ¿Te doy las pastillas?
- Si, alcanzámelas por favor.
- Toma tontín. ¿Qué querés comer hoy?
- Me da igual.
- Pollo a la mostaza entonces.
Ella se fue a prepararlo y le decía desde la cocina: - tenés que estar fuerte para la operación de mañana.
¿Mañana? Pensó, ¿tan pronto?
Se le acercó y la besó en el cuello.
- No cambiaste de opinión con respecto a volver al dormitorio…?
- ¡Señor! Quiero cuidarlo, no matarlo. - Lo besó.
- Siéntate que falta poco.
- No quiero estar solo.
-Mirá la tele un rato. Ya voy.
Prendió el artefacto. Había un noticiero que hablaba de muertos, robos, toda la maldad humana resumida en una hora.
Miraba la programación pero no le daba importancia.
Pensaba en el quirófano. En lo que le esperaba y en esos sueños que no lo abandonaban.
Entró María con un humeante pollo. Lo cortó.
Él miraba que no tenía cabeza e imaginó cuando corría en el corral. No pudo comer.
- ¿Otra vez sin hambre? Está buenísimo.
- Es que lo imaginé antes de ser decapitado.
- Tonto, estos pollos son de criadero. Nacen para morir.
- De alguna forma todos nacemos para morir.
María se apoyó en sus codos. - ¿Te hiciste filósofo ahora?
- No, pero es cierto.
- Mi amor, dejá de pensar en la muerte. - lo acarició, - ¿el helado tampoco lo querés?
- Jajaja. Es como el último deseo de un condenado. Si, si quiero.
- Te amo, nada cambiará eso.
- Lo sé, María.
- Me querés proteger y por eso no me contás lo que te pasa. Está bien. Te respeto.
Él la acercó hacia si. -Gracias-.
Después se acostaron.
Él no quería dormir. Igual el sueño vino por él.
En ese lugar húmedo, Juan enterrado, sentía bichos caminar por su cuerpo.
Salió de un salto.
Tenía ensangrentadas las piernas.
Fue hasta lo de la mujer anterior.
- Señora, ¿no la comen los insectos?
- Si, pero igual me comerán, - su vos era un susurro.
En ese momento lo miró, sonrió y murió.
Él se alejó. No sabía si tenía que avisar a alguien.
Ese rostro apenas iluminado le resultaba familiar. No podía imaginar a quien le recordaba.
Se despertó y no quiso dormir más.
María respiraba tranquila. Tenía un sueño apacible.
Él fue a la cocina, se preparó café mientras miraba como pasaban los segundos del reloj.
Alguien lo abrazó.
- ¿Nervioso?, ¿te puedo acompañar?
María corrió una silla para sentarse cerca de Juan.
Hablaron toda la noche. Los chicos no volvieron. Mejor, querían estar solos.
A las 6 se vistieron para ir a la intervención.
- Dale que se nos hace tarde. - Su mujer lo apuró.
En el baño hacía fuerzas por dejar de llorar, tenía mucho miedo. Finalmente salió.
En la clínica, lo prepararon y lo llevaron al quirófano.
Afuera, María rezaba.
Lo amaba tanto…
En su súplica decía: si algo le tiene que pasar a él, que me pase a mí.
Pasaron dos horas.
Salió el médico y habló con ella.
La biopsia ya estaba.
En seguida pidió verlo.
En la habitación, lo abrazó con fuerza y lloró. Ya estaba bien.
Tenían que esperar los resultados, después otra operación y todo volvería a la normalidad.
Ella no era ignorante y sabía que riesgo corría su amado.
Fingía calma, los nervios la estrangulaban por dentro.
Al regresar del quirófano, su marido despertó. La tanteó y agarró su mano.
- ¿Viste? No pasó nada… ¿hablaste con los médicos?- Balbuceó Juan.
- Si. Van a estudiar la muestra.
- Está bien. Tengo sed.
- Los médicos me prohibieron que te de agua por ahora.
Al sentir sed recordó su sueño. ¿Por qué?
- La anestesia mi amor. Te mojo los labios si querés.
- Bueno.
Sentía tanta bronca. Él quería tomar toda el agua del mundo en ese momento. Si igual moriría, ¿que les importaba?
Estuvieron juntos y en silencio. La habitación tenía televisión y la prendieron.
Vieron dibujos animados. En realidad no les prestaban atención.
Luego vino un doctor sonriente y les dijo que era benigno el tumor y tenían que operar nuevamente. La diferencia era que ya no había riesgo, y una vez extirpado el mal podría retomar su vida normal.
Se sorprendió un poco y agregó él:
- ¿Está seguro de que no hay riesgos? ¿Y si no me opero?
-Bueno, entonces crecerá y comprimirá otras zonas más vitales. Eso sería muy complicado.
- O sea que, ¿sigo con peligro de muerte?
-Bueno, no si se opera.
María lo tomó fuerte de la mano, besándolo le susurró:
-Dale cariño, son buenas noticias. Volverás a trabajar como antes.
Su marido la miró y pensó, ¿por qué no darle el gusto a ella? Total no le quedaban esperanzas.
-Está bien. ¿Cuando sería?
- Tenemos el quirófano libre mañana. Si quiere pasará la noche acá.
María se puso de pié y afirmó. -Mañana estará bien.
Él no pudo objetar nada. Quería tener mas tiempo para poder estar con su familia, pero su esposa fue muy firme. Era como si ya no decidiese él. En realidad que le importaba. Que pase todo rápido.
Ella le dio un gran beso en la mejilla. Pronto estarás en casa mi amor!
Juan fingió una sonrisa.
- ¿Ya puedo tomar agua? -Le preguntó a la enfermera-.
María se fue y lo dejó solo un minuto.
En ese instante volvió a ver ese rostro cubierto de tierra, ya sin vida. Le era familiar. No sabía a quien le recordaba esa sonrisa.
- La enfermera me autorizó. - Volvió su mujer contenta.
Le trajo una jarra de agua y le dio un vaso.
- La verdad que quisiera que fuese whiskey.
- Ay amor, ya podremos festejar en casa.
Él no pensaba volver a su casa. Estaba convencido de que moriría en el quirófano. Solo deseaba emborracharse para no ser conciente de lo que le esperaba.
María se fue al terminar el horario de visitas.
Le trajeron la cena y sin ganas la comió.
Las pastillas lo hicieron dormir. Sus sueños ya no eran de ese horrible lugar por suerte.
Por la mañana vino temprano su mujer. Tenía ojeras, se notaba que no había dormido.
Él pensaba que ya descansaría tranquila y sin su compañía.
- Hola mujer.-
Ella sonrió. -Hola amor. ¿Estás listo?
- Si, querida. - ese era el dicho de él siempre. La última palabra la tengo yo: si querida.
Sonrió. - ¿le contaste a los chicos?
-No, habíamos quedado en eso.
- Está bien, solo que me habría gustado verlos antes de la operación.
- Tenés miedo?
- No, que voy a tener miedo yo.
- Me pareció que te habías vuelto humano. Sea como sea yo estoy segura de que esto saldrá bárbaro.
Se nota que ella no es la que pasa por esto. Pensó.
La enfermera interrumpió diciendo que era el momento de ir ala sala de operaciones.
Él respiró profundo. Tenía que ser valiente.
Subió a la camilla que le trajeron y lo llevaron.
María lo acompañó hasta donde la dejaron.
Él entró y lo anestesiaron.
Fuera María rogaba que todo salga bien. La noche anterior había tenido pesadillas. No quiso dormir. Soñaba todo el tiempo con un lugar muy frío. Ella se cubría con tierra.
Se adormeció un poco en la sala de espera.
Un dolor en el hígado la despertó.
Eso la atormentaba desde hacía tiempo.
Cuando volviera con su esposo se haría ver.
La cosa es que era tan fuerte… se retorcía del dolor.
Un médico al verla la llevó a la guardia.
- Mi esposo está en el quirófano.
- No se preocupe por él. - La tranquilizó. - Dígame,¿hace cuanto le duele?
- Unos meces.
- ¿No consultó por eso?
- ¡No, mi esposo estaba grave!
- Bueno, - dijo él, - déjeme ver.
Le palpó el abdomen y justo tuvo otro de esos dolores.
El tema era que fue fuertísimo. Vomitó sangre.
- Señora, ¿esto le pasa a menudo?
- No, nunca fue tan fuerte.
El médico se fue.
Limpiaron el lugar.
Regresó el doctor y le dijo que había que internarla.
Ella abrió grande los ojos. - No puedo, mi marido…
- Le voy a ser franco, si no estudiamos esto puede ser muy grave.
- Lo están operando del cerebro, Juan me necesita. - Ella lloraba.
Llame a sus hijos…
- Ellos no saben nada.
- Tendrán que enterarse. - El médico se fue y una camilla vino por ella. Se recostó como una autómata.
Pensaba en su esposo pero los dolores eran continuos ahora.
Salió del quirófano Juan.
Al despertar de la anestesia vio a su hija. Le parecía raro.
- ¿Que hacés acá? ¿Y tu mamá?
Ella masticaba chicle. -No contaron nada.
- Queríamos que estén tranquilos. ¿Dónde está tu mamá?
- Mi hermano está con ella en el otro piso.
- ¿Por qué está en otro piso?
- Seguís haciéndote el tonto. Por lo del cáncer.
Juan saltó en la cama y se incorporó.
- ¿De que cáncer hablás?
- ¿No sabías?
- ¿Que cosa?
- Mamá tiene un cáncer terminal.
Juan se desplomó en la cama y recordó su sueño.
Esa sonrisa era la de ¡María! Ella moriría y no él.

Laura Trejo.
Persona sordociega y con discapacidad múltiple.
Argentina.